Encuadrar el fenómeno fintech dentro de un modelo de innovación en el sector financiero resulta una tarea muy interesante, sobre todo si tenemos en cuenta que en 1998, la primera compañía que se planteó crear el primer sistema de pagos para una internet entonces naciente lo hizo bajo las denominaciones Confinity y X.com antes de adoptar el más conocido nombre de PayPal, dio origen a la llamada «PayPal Mafia» que se convirtió en el embrión de empresas tan interesantes como LinkedIn, Affirm, Slide, SpaceX,Tesla, Kiva, Yelp, Yammer o YouTube… y lo hizo todo antes de que siquiera hubiésemos acuñado como tal el término 'fintech'.
Las bases del fenómeno Fintech
¿Qué fue lo que hizo PayPal, que hizo millonarios a sus fundadores y la convirtió en una de las empresas más pujantes en la web? Simplemente, aplicar el expertise desarrollado en una industria que llevaba operando siglos, la banca, a un contexto nuevo que estaba apareciendo rápidamente ante los ojos de todos: la web. Los fundadores de PayPal se propusieron, simplemente, crear la primera banca operativa en internet, un medio de pago capaz de llevar a cabo transacciones de forma segura y abrumadoramente sencilla (sobre todo en una web entonces muy exitosa, eBay), y de poder crear posteriormente otro tipo de servicios asociados. En poco tiempo, mientras la banca tradicional aún estaba intentando entender el fenómeno internet y plantearse qué hacer con respecto a ello, PayPal logró establecerse como el medio de pago prácticamente por defecto en la red, salir a bolsa en 2002, alcanzar una valoración elevadísima, y ser adquirida por 1500 millones de dólares.
En la práctica, lo que hizo PayPal fue un hack de libro: un grupo de jóvenes fundadores que deciden tomar una cadena de valor conocida, la de la banca, y adaptarla a un contexto nuevo: internet. Si nos planteamos cómo pudo la banca tradicional dejar pasar una oportunidad semejante, cómo pudo permitir que la adelantasen por la derecha de semejante manera, nos encontramos con una respuesta en forma de palabra enrevesada pero sencilla en su concepto: isomorfismo. Un término sociológico que alude a la tendencia de las organizaciones de un mismo ámbito a parecerse entre sí, ya sea como resultado de la imitación o del desarrollo independiente bajo restricciones similares, bajo un mismo entorno normativo. El isomorfismo es eso que hace que todos los bancos se parezcan muchísimo entre sí, como se parecen igualmente mucho todas las empresas de automóviles, todas las aseguradoras, todas las líneas aéreas o todas las universidades. Simplemente, cuando una industria lleva suficiente tiempo desarrollándose, sus competidores confluyen hacia una estructura común, que tratan de optimizar hasta el límite, en un proceso que les lleva a prestar cada vez más atención a la innovación incremental y menos a la innovación disruptiva. La banca tradicional, simplemente, perdió la oportunidad de adaptarse a internet porque estaban tratando obsesivamente de mejorar poco a poco sus procesos de toda la vida: estaban demasiado ocupados mirándose el ombligo.
La jugada se ha repetido en múltiples ocasiones: en 2011, los estonios Kristo Käärmann y Taavet Hinrikus crearon TransferWise (hoy Wise) especializándose en tan solo un elemento de la cadena de valor de la banca, las transferencias internacionales, y aplicando una metodología árabe antiquísima, la del hawala, que se basa simplemente… en no mover el dinero. Con ese simple principio, consiguieron abaratar las transferencias entre un 80 % y un 90 %, algo que la banca tradicional, años después, sigue sin ser capaz de hacer. De nuevo, otro hack de libro.
El hackeo de la banca como forma de supervivencia
¿Qué lleva a que una industria como la banca permita que pequeñas startups le arrebaten oportunidades impresionantes de desarrollo y se limiten a quedarse mirando con gesto compungido? De nuevo: el isomorfismo. Por la razón que sea, las personas que trabajan en un banco carecen de mentalidad de hackers. Y si la tienen, su compañía se encarga enseguida de eliminársela. Cuando, en ocasiones, los grandes bancos adquieren a una de estas startups para tratar de absorber su éxito, el resultado es evidente: incapaces de adaptarse a una cultura tan tradicional, los fundadores salen corriendo a la menor ocasión, y el banco se queda con una marca vacía, inmóvil, que deja de evolucionar.
El fenómeno fintech es, sin duda, lo mejor que podía pasarle a la banca, la evidencia de que la banca del futuro se parecerá muy poco a la que conocimos antes de que llegase internet, antes de que las barreras de entrada cayesen estrepitosamente y cualquier hacker bien preparado y con conocimientos de finanzas pudiese convertirse en banquero. Mientras la banca sigue pensando que un hacker es un desalmado delincuente, la realidad es que un hacker es cualquier persona con un fuerte conocimiento de un tema determinado (cualquiera, aunque no tenga nada que ver con un ordenador) y con la capacidad de reimaginar ese tema, de reinventarlo, de aplicarle cambios radicales. Las fintech son el hackeo de la banca, ante sus mismísimas narices. Y por mucho que algunos pretendan atribuirles un mayor riesgo, no es verdad: lo que hacen, lo suelen hacer muy bien, porque es la única manera de sobrevivir.
Si quieres ver lo que serán los bancos del futuro, no te creas nada de lo que te cuenten los bancos del pasado… y mira hacia las fintech y los llamados neobancos. No te arrepentirás.