Pau Garcia-Milà, cofundador de nuestro partner Founderz, nos cuenta la anécdota que lo convirtió en cliente fiel de Qonto.
Hoy os quiero contar mi historia de amor y odio con las tarjetas de crédito, que como toda buena narración tiene un poco de todo. Un gran comienzo, un poco de tensión con tintes de tragedia y un bonito desenlace.
Al contrario de lo que podríais pensar, el relato no empieza cuando me di de alta como cliente de Qonto sino con una alianza. Hace tres años, pusimos en marcha un nuevo proyecto de emprendimiento y creamos Founderz, una escuela de negocios digital con la que queremos transformar la experiencia educativa. Durante este tiempo, hemos incorporado a varios compañeros de viaje, organizaciones expertas en sectores específicos que apadrinan los diferentes programas que ofrecemos.
Qonto se convirtió en uno de esos socios de forma natural porque con ellos compartimos misión: darle a los emprendedores las herramientas que necesitan para alcanzar el éxito en su negocio, ya sean educativas o financieras. Desde el pasado febrero, estamos impulsando juntos el programa de emprendimiento educativo, que llamamos Business & Entrepreneurship Program. Además, también hemos coorganizado recientemente CreatorsDay, un evento formativo dirigido a personas con ganas de hacer realidad sus proyectos de empresa, y Founderz ha participado en una de las ediciones de CreatorsLab, la serie de eventos de Qonto para impulsar el emprendimiento.
Al poco tiempo de empezar esta relación, llegué a una conclusión bastante lógica: si Qonto era nuestro partner, ¿por qué desde Founderz no nos dábamos de alta como clientes para comparar su producto con el de los bancos tradicionales con los que hemos trabajado desde el principio? Así que nos decidimos a abrir la cuenta. Pero durante unos días se quedó allí, quietecita y sin fondos, esperando a que empezáramos a operar con ella.