Como indicador de liquidez, el flujo de caja neto es una de las piedras angulares de la rentabilidad de cualquier negocio. Entender cómo este concepto afecta de forma directa a la rentabilidad empresarial es el diferenciador definitivo entre crecer o estancarse.
Por encima de todo, controlar este indicador ayuda a cumplir con las obligaciones financieras de una empresa. Al fin y al cabo, un flujo de caja neto positivo señala que, además de cubrir sus gastos, el negocio está generando un excedente que puede ser reinvertido en el negocio en actividades que ayuden a impulsar la rentabilidad, tal y como la mejora de la infraestructura, el aumento del capital de trabajo o la exploración de nuevas oportunidades de mercado.
Este concepto, además, permite a una empresa aprovechar descuentos por pagos anticipados y negociar mejores términos contractuales con sus proveedores, reduciendo así los costes y mejorando el margen de beneficio. Un buen flujo de caja neto permite a un negocio moverse de forma rápida y con flexibilidad financiera, lo que puede otorgarle una gran ventaja sobre sus competidores.
Por el contrario, un flujo de caja neto negativo limitará la capacidad de una empresa para realizar inversiones, enfrentarse a gastos inesperados o capitalizar oportunidades de crecimiento. Si este estado negativo se alarga, el negocio puede entrar en un ciclo vicioso de restricción financiera en el que la falta de efectivo limite la capacidad de generar más ingresos.